sábado, 26 de noviembre de 2016

In memoriam: Carlos Sierra Pérez (1962-2016)

En la tarde del lunes 21 de noviembre falleció D. Carlos Sierra Pérez, una de las personalidades más destacadas que ha tenido la cultura alagonesa en las últimas dos décadas. Hubiéramos querido dedicarle en el día de hoy una extensa necrológica, pero a la hora de abordarla nos hemos topado con la dolorosa constatación de que no sabíamos demasiado sobre él. Las circunstancias nos impidieron conocer mejor a un hombre que VIDA ALAGONESA tuvo siempre por referente y que seguro hubiera apreciado mucho nuestra labor en pro de la cultura, a la que tanto amó y por la que siempre luchó. Lo que sí sabemos es que su paso por este mundo no ha sido en vano y que se ha marchado dejando una huella tan profunda que tardará en borrarse. Eran sobradamente conocidos en Alagón sus grandes méritos, esos de los que nunca presumió y con los que honraba a cuantos tuvieron la suerte de vivir a su alrededor. Fue un alagonero ejemplar, un buen padre y un solícito esposo, pero su vida no se puede resumir en tres palabras. Él fue mucho más y en estos momentos tristes no conviene olvidarlo.

Nacido en Alagón en 1962, Carlos Sierra se debatió durante la gran parte de su vida entre dos identidades, sin que ninguna de ellas pudiera eclipsar a la otra. A un tiempo panadero y poeta, la profesión y la pasión unidas en perfecta armonía. El oficio que le daba de comer lo llevaba en la sangre, pues le venía de familia. Había sucedido a su padre al frente de uno de los negocios con más solera de Alagón, sito en la céntrica calle de Ramón y Cajal. Famosas eran sus especialidades de repostería y, por supuesto, su pan, elaborado con esmero en un horno de leña del siglo XIX. Y no podemos olvidar las tortas de  Jueves Lardero, que eran muy demandadas por los alagoneros. Otro de los méritos de Carlos es que supo hacer pedagogía y divulgar entre los más jóvenes el valor de su oficio, para que supieran apreciar la dieta mediterránea y los saberes tradicionales  transmitidos de padres a hijos. Seguro que el primer recuerdo que muchos alagoneros tienen de Carlos Sierra es precisamente el de la visita que en edad escolar realizaron a su panadería. La muerte de Carlos marca el final de una época. La villa del buen pan lo es cada vez menos. Nuestro pan, antaño seña de identidad, está en trance de desaparición. Una realidad que a ningún alagonero le es indiferente. El día de la Virgen del Castillo, el rabadán de nuestro dance lo expresaba así:

Somos el pueblo del pan
como dice la canción;
ahora solo hay un panadero
en la villa de Alagón.
Sin embargo, el nombre de Carlos Sierra siempre estará vinculado a la poesía. Desde muy joven empieza a frecuentar los círculos literarios aragoneses, que a finales de los setenta y principios de los ochenta vivían un periodo de renovada vitalidad al calor de la recién estrenada democracia. No le importaba hacer muchos kilómetros, hasta el Monasterio de Veruela o Barbastro, con el fin de alimentar la llama poética que le consumía por dentro. Sus aptitudes, su simpatía y su entusiasmo le permiten entablar amistad con algunos de los mejores representantes de nuestras letras. Entrar en un grupo tan cerrado y exclusivo no habría sido fácil para cualquiera de nosotros. Sí lo era, en cambio, para Carlos Sierra, el cual llegó a ser muy reconocido en una profesión que no le consideraba un intruso, sino uno más. De hecho, fue socio de la Asociación de Escritores Aragoneses. Su crédito personal le permitió traer a Alagón a personalidades de la talla de Gloria Fuertes, José Hierro y José Luis Corral.

En 1979, su amigo Mariano Castillo, gran artista de Grisén, le presenta al poeta Ángel Guinda, al que conocía porque además de escritor era maestro en aquella localidad de la Ribera Alta. Guinda mostró interés por los poemas de Carlos, así que quedaron en verse para compartir impresiones. De las sucesivas charlas surgió una amistad construida sobre sólidos cimientos, de la que daban público testimonio cada vez que coincidían en las exposiciones de su amigo común o en los distintos encuentros literarios  a los que ambos asistían. Precisamente en uno de estas reuniones, concretamente en el primer encuentro de poetas aragoneses que se realizó en Muel, Carlos conoce de la mano de la poetisa Ángela Ibáñez a Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, 1927-Zaragoza, 2005), el artista y literato que habría de "cambiar los conceptos que tenía él de la poesía", como años después reconocería. Fernández Molina se refería a su amigo de Alagón en estos términos: "Me honra la amistad del joven poeta Carlos Sierra. Este buen amigo tiene como ocupación, para atender las necesidades de los suyos, el trabajo de panadero en Alagón. También fue panadero Pío Baroja durante una etapa de la primera madurez de su juventud. He tenido la fortuna de comer el noble pan de Carlos Sierra y otros productos elaborados en su horno, con una entrega artesana dónde conviven en familiaridad las simientes de la sensibilidad poética."


Luego vendrán los libros de poemas. A principios de la década de los noventa Carlos publica una tetralogía, que se inicia con Del silencio al olvido. A este poemario le seguirán Inquieta soledad, dedicado a su hija Alicia y Semillas de luna en flor. Y en 1993 aparece Otoño torrencial, que será su cuarto y último libro publicado. Del apartado artístico de Otoño torrencial se ocupó Mariano Castillo, que firmó la portada y el dibujo.

Carlos fue asiduo al Café Riga de Alagón, donde un grupo de alagoneros imbuidos de su misma pasión por la cultura fundó la llamada Tertulia de los Trece. El fue miembro destacado de la tertulia, que se reunía el día 13 de cada mes, ya fuera festivo o entre semana, para hablar de libros, compartir experiencias y poder leer las obras que ellos mismos escribían. En ella participan mentes inquietas de nuestro pueblo como  Carlos Adé, Ana Beltrán, Milagros Higueras, Mariano Ríos, Aurora Loscos y sus hijas, Alba Higueras y el ilustre Carmelo Sobreviela, entre otros. En ella también se dan cita nombres de la cultura foránea como Antonio Fernández Molina y David Giménez Alonso, agitador cultural de Remolinos y  actual comisionado de arte en el proyecto enLATAmus. Tan solo dos temas estaban vetados: la política y el fútbol. A modo de anécdota, cuentan sus protagonistas que el cumplimiento de esta norma no escrita se hacía especialmente difícil cuando se celebraban grandes eventos deportivos como el Mundial.
De este contexto tan especial nacerá Laberinto, un empeño personal de Mariano Ríos y de Carlos Sierra que se convertirá en la brillante culminación  de toda la trayectoria cultural previa de este último y a la postre, sin que él pudiera saberlo, en su testamento vital y literario. Mientras que Carlos hacía las funciones de director, en el equipo de redacción se encontraba su mujer Alicia Arie y el propio Mariano Ríos. El primer número de Laberinto, revista de cultura y opinión,  ve la luz en un acto público de presentación celebrado en la Biblioteca Municipal, siendo alcaldesa D.ª Paz Latorre. El nombre de la revista fue una idea que nació en la Tertulia de los Trece. Con ella se quería hacer referencia al carácter sinuoso y plural de la cultura, en  la que no existen ni verdades absolutas ni un único camino, sino que hay tantos como cada cual desea transitar. Esta idea de la cultura como laberinto la concretaron los editores de dos formas. En primer lugar, quedó plasmada en un lema que, número tras número, proclamaba en la primera página el espíritu abierto e inclusivo de la publicación: "Revista que se edita en la comarca Ribera Alta del Ebro. Para todo el mundo". En segundo lugar, se materializaba en un principio que los editores consideraban irrenunciable. No excluirían a nadie que quisiera participar en la revista; por ello se abstendrían de valorar o criticar el trabajo personalísimo que cada autor escribía. Asimismo, establecieron una línea roja que los contenidos de su revista no debían cruzar: jamás atentarían contra la dignidad de personas e instituciones. En todo contaron con el apoyo inestimable de Antonio Fernández Molina. El poeta avala, apadrina y orienta la revista desde su segundo número, involucrando en el proyecto a amistades suyas de gran prestigio como Fernando Arrabal, Camilo José Cela, Pilar Quirosa-Cheyrouze, Magdalena Lasala, Ángel Guinda, Emilio Gastón, Raúl Herrero, Ángela Ibáñez, etc. Todos ellos colaborarán de forma desinteresada cediendo tanto obra editada como inédita.

La labor cultural que realizaba Laberinto a través del papel se complementaba con esa suerte de base de operaciones o sede social en que se convirtió el Bar Riga, donde se organizaban exposiciones artísticas y otras actividades, pero tratando siempre de acercar la cultura al gran público.

Hablar de todo proyecto cultural exige conocer cuáles fueron los apoyos con los que contó. Si bien el mundo de la cultura se volcó con Laberinto desde el primer momento, no podemos decir lo mismo de las instituciones locales. Solo al final, nuestro Ayuntamiento se dignó a la adquisición de algunos ejemplares para depositarlos en los edificios municipales, como la Biblioteca, en cuya sección de revistas se pueden leer todavía hoy. Sin embargo, el compromiso no fue constante en el tiempo, amén de que se compraron menos ejemplares de los que hubiera sido deseable. Nunca quisieron solicitar subvenciones públicas como forma de salvaguardar su independencia, conscientes de que el poder les podía imponer una línea editorial. De quienes tampoco se recibió suficiente apoyo fue de los establecimientos zaragozanos que la distribuían, pues no lo hacían por amor al arte y exigían una contrapartida. Por el contrario, la recepción de la revista por parte de los vecinos fue inmejorable. Tuvo éxito de ventas y además logró que muchas personas de todas las edades se animaran a la creación literaria. Laberinto mereció la pena, porque contribuyó a despertar conciencias y ejerció un valioso magisterio sobre la juventud deseosa de cultura de la Ribera Alta del Ebro. Incluso chicos de diez años se ponían en contacto con Carlos y Mariano para ofrecer su trabajo, que estos naturalmente aceptaban.

Todas las revistas literarias tienen fecha de caducidad y sus promotores lo sabían, pero el final de Laberinto no fue el que quizá se merecía. El coste de la revista y la soledad del equipo de redacción, unido a la pérdida de la ilusión de los primeros tiempos, hizo aconsejable una pausa. Carlos se propuso alcanzar los trece números, un número simbólico que rendía homenaje a la tertulia donde todo había empezado. Puesto que había demanda, estaba previsto retomar la revista más adelante. Sin embargo, este deseo no llegó a hacerse realidad y el número 13 fue el definitivo.

Fuente: Facebook
Cuando Carlos se hallaba en plena madurez creativa y saboreaba la vida a pequeños bocados, sus ilusiones, y con ellas la felicidad de su familia y sus amigos, se truncaron de golpe. Cuando lo supimos, los que le apreciábamos contuvimos la respiración, anhelando que todo quedara como un mal recuerdo. No pudo ser. Detrás estaba la dura enfermedad, una enfermedad larga y cruel contra la que se batió en lucha desigual hasta acabar completamente con sus fuerzas. El mal le obligó a dejar su profesión, pero nunca pudo acabar con su pasión. Carlos escribió hasta el último momento, pues sabía que una parte de él quedaría para siempre en cada verso, en cada estrofa, en cada metáfora. Su mente permanecía admirablemente lúcida y solo pensaba en ella. No en la Parca, que no se merece alimentarse de nuestro miedo, sino en Alicia, a la que dejaba viuda demasiado pronto. El pasado lunes, Carlos Sierra Pérez abandonaba este mundo para hacerse inmortal. El panadero trovador daba paso al mito. Cuando muere una persona joven, siempre parecen adecuadas las palabras de nuestro gran poeta Miguel Hernández en su nunca superada Elegía a Ramón Sijé, la cual representa, junto a las Coplas de Manrique, una de las cimas de la literatura fúnebre española:
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

Fueron muchos los alagoneros que quisieron darle el último adiós el día 22 de noviembre, festividad de Santa Cecilia, que además de patrona de los músicos lo es de los poetas. En el exterior de la iglesia llovía con fuerza. Quizá sea propio de malos escritores repetir siempre las mismas ideas, pero tienen razón los que dicen que el cielo lloraba. Habría que añadir que las gotas eran las lágrimas que se deslizaban por la mejilla de la santa romana, que se une al duelo por la muerte de aquellas personas que más la han glorificado a través de la pluma. Desde VIDA ALAGONESA queremos expresar nuestras condolencias a la familia y también un deseo. En nuestro pueblo se celebran desde hace unos años los Encuentros de Poesía "Villa de Alagón". En su II edición, que tuvo lugar en enero de 2015, estaba prevista la participación de Carlos, pero la enfermedad ya entonces se lo impidió. Sus compañeros de cartel tuvieron palabras de ánimo y desearon su pronta recuperación. Casi dos años después, siendo que Carlos Sierra es el alagonero que, indiscutiblemente, más ha hecho por la poesía, parece razonable que este encuentro anual lleve a partir de ahora su nombre. Creemos que es el mejor reconocimiento (aunque póstumo) que nuestro Ayuntamiento puede otorgarle. Nos gustaría que se atendiera esta petición, confiando en que logre ablandar el corazón de los que nos gobiernan. Mientras tanto, la mejor forma de concluir este homenaje es recuperando uno de los  muchos poemas que escribió Carlos. Hemos seleccionado el que lleva por título Dejad, que apareció en el nº 8 de la revista Laberinto y se publicó después en Etilírica, un librito editado en 2015 por Ediciones del 4 de agosto en colaboración con el Ayuntamiento de Alagón. Escrito en un momento de felicidad en lo personal y de plena actividad en lo creativo, sus metáforas adquieren tras su muerte un nuevo significado. Sería un precioso epitafio.

Dejad que me cubra la noche.
Dejad que las sábanas
sean la mortaja,
donde descansen todos mis días.

Dejad que hable el viento.
Dejad que las palabras,
los verbos, la razón, se escape
a través de mi garganta.

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